Este es quizás uno de los artículos más difíciles, pero a la vez más sanadores que he escrito relacionado con mi propia lactancia.
Desde que quedé embarazada hace 3 años, decidí que no iba a repetir la historia de mis abuelas, mis tías y mi propia madre, decidí que eso de “no tener leche” no me iba a pasar a mi y que iba a hacer todo lo que estuviera a mi alcance para poder alimentar a mi bebé por encima incluso de lo que parecía ser “una herencia maternal” difícil de huir.
Todo esto me llevó a un camino maravillo de descubrimiento, de confianza en mi misma y de aprendizaje constante; de entender que cada día es diferente, que hay días malos, días buenos, días maravillosos y días en los que quiero salir corriendo… y que todos estos sentimientos son válidos y normales. Definitivamente la formación en lactancia materna me sirvió para darme cuenta que no soy la única en ninguna situación y que el tiempo no se detiene, que todo pasa y que algún día nuestros hijos se harán mayores.
Hoy, mi hijo tiene 2 años y 4 meses. Desde hace unos meses recibimos la maravillosa noticia de que estoy embarazada. Un momento maravilloso en la vida de cualquier mujer que ha buscado y planificado cuidadosamente la formación de su familia. Todo iba de maravilla hasta hace algo más de un mes, cuando repentinamente comencé a sentir molestias y malestares a la hora de darle pecho a mi hijo. Insisto, el estar informada me permitió en ese momento estar tranquila y no sentir culpa, sabía que quizás podría tratarse de la llamada “agitación por amamantamiento” que es bastante común en mujeres embarazadas que dan pecho a sus hijos.
Una vez más las hormonas estaban haciéndome pasar un sinfín de sensaciones que poco a poco fueron más y más difíciles de manejar. Intenté aplicar todas las técnicas conocidas para tratar de atenuar o disminuir la sensación de malestar y molestia cuando le daba pecho a mi hijo. Según pasaban los días me daba cuenta que cada día y en cada toma la pasaba peor. La sensación de rechazo, molestia era cada vez más intensa. Cada vez que mi hijo se pegaba a mi pecho quería quitarlo inmediatamente porque la molestia en el pezón era a veces insoportable. Como sabía que mi hijo necesitaba de ese apego y ese contacto, muchas veces lo que hacía era taparme la cara, llorar y esperar a que pasara. La espera era eterna y el llanto inevitable.
Por esos días mi paciencia comenzó a llegar al límite con cada vez más frecuencia y me sentía desbordada todo el tiempo. El mal humor que a veces el embarazo nos hace sentir de vez en cuando, a mí se me convirtió en cosa de todos los días. Era agotador.
De pronto y en medio de todo ese caos emocional que tenía que compaginar con la rutina diaria del trabajo y el hogar, tuve una conversación bastante reveladora con mi marido. En esa conversación me di cuenta que era el momento de dejar ir.
A todos nos cuesta dejar ir: dejar ir a tus hijos, dejar ir un antojo, dejar ir a un amigo, un hermano, una madre, un padre o algo de lo que nos sentimos tan apegados.
Tomar la decisión fue muy difícil, pero sabía que era lo mejor para mí y para mi hijo. Los dos merecíamos mantener nuestra lactancia como un bonito recuerdo de conexión, complicidad y apego y no como el momento caótico en el que se estaba convirtiendo. Afortunadamente mi hijo hacía solo una o dos tomas en el día y el destete nocturno ya lo había establecido desde hacía un tiempo atrás, con lo cual fue un proceso, aunque corto, bastante amigable y respetuoso para mi hijo.
Al día siguiente de esa conversación con mi marido, mi hijo mi pidió teta temprano en la mañana. En ese momento supe que era el momento de decir, adiós teta y ofrecerle la última toma de leche materna. Le pedí a mi esposo que durante la toma me tomara una foto, para tener un recuerdo de este momento tan especial que sigo recordando con lágrimas en los ojos. Aquella fue finalmente la última toma que le di a mi pequeño. Se lo expliqué y él mismo se despidió con un dulce: “adiós teta” cuando finalizó la toma. Para mi sorpresa, mi hijo entendió bastante bien que esa realmente era la última toma.
Ahora que han pasado los días y aunque aún recuerdo este momento con un poco de lágrimas, miro hacia atrás y me siento muy orgullosa de todo lo que conseguí y en la madre en que me convertí. Conseguí dejar los mitos atrás y tener la lactancia que tanto soñé y aunque no finalizó de la manera que yo hubiera querido, es la culminación de un proceso de aprendizaje, amor, contacto y apego único que he conseguido vivir con el ser que más amo en el mundo. Ese ser que todos los días me enseña a ser mejor ser humano y que me sigue regalando el sonido de su bonita voz diciéndome “te amo mamá”.
Comments